Contratiempo
Título original: Bad Timing
País y año: Reino Unido, 1980
Dirección: Nicolas Roeg
Intérpretes: Art Garfunkel, Theresa Russell, Harvey Keitel
Guión: Yale Udoff
Una pareja contempla varias obras de Gustav Klimt en un museo. Una ambulancia se abre camino a toda velocidad por las calles de Viena. Una mujer se despide de su marido en la frontera entre Eslovaquia y Austria. En los primeros cinco minutos de Bad Timing, el director inglés Nicolas Roeg deja claro que no nos encontramos ante una película convencional. Un guión que es una mezcla entre historia de amor y de suspense se convierte en sus manos en una imponente experiencia visual, una rareza que es tanto un experimento cinematográfico como una apasionada reflexión sobre la obsesión y los celos.
El profesor experto en psicoanálisis Alex Linden (Art Garfunkel) conoce en una fiesta a Milena (Theresa Russell), una atractiva y enigmática joven. Pese a la reticencia inicial de Alex, comenzarán a verse regularmente y poco a poco se formará algo parecido a una relación. Ambos son ciudadanos estadounidenses que residen en Viena, pero ahí se acaban las similitudes: sus personalidades y estilo de vida no podrían ser más diferentes. Alex es la quintaesencia del intelectual académico, serio y de maneras intachables; Milena es una alocada joven que explora la vida nocturna de Viena en busca de sexo y alcohol. La extraña unión funciona en un principio, ya que él está fascinado por el bohemio estilo de vida de Milena, y ella disfruta de su compañía sin ver amenazada su autonomía. Al crecer la atracción y la dependencia entre ellos, y cuando la relación empieza a consolidarse en el sentido más convencional, se empieza a atisbar el abismo que los separa en realidad.
Nicolas Roeg es un director reverenciado entre los amantes del cine más iconoclasta de los años 70, y sus primeras películas son objeto de culto por su radicalidad y atrevimiento a la hora de jugar con el lenguaje cinematográfico. La perturbadora historia de esta pareja es un escaparate en el que Roeg despliega su increíble talento y sus ansias de experimentación, usando movimientos de cámara, composición de planos, sonido, etc. con innegable maestría y originalidad. Pero es el montaje, quizá la característica más reconocible de su cine y su herramienta favorita de “manipulación”, lo que destaca por encima de otras cualidades técnicas de la película. Bien sea para alterar el hilo narrativo de la historia o para crear pequeñas rupturas en momentos concretos, el montaje tiene un protagonismo constante (aquello de que un montaje bueno es aquel que no se hace notar queda aquí rebatido de forma contundente). La historia se desarrolla sin orden cronológico, intercalando la línea temporal en el presente con flashbacks elegidos sin orden aparente, dando como resultando un intrincado viaje que invita a dejarnos llevar más que intentar averiguar en qué momento exacto nos encontramos. Roeg también utiliza el montaje para jugar con la percepción del espectador; por ejemplo, construyendo escenas que se desarrollan en el mismo espacio pero en momentos diferentes, haciendo así “interactuar” a personajes que en realidad no están juntos.
La preocupación del director por alterar la percepción del espectador y las posibilidades formales del medio puede llevar a la conclusión errónea de que a Roeg no le interesan ni los personajes ni la historia, pero nada más lejos de la realidad. No existe una forma mejor de relatar el infierno por el que pasa la pareja protagonista, ni de transmitir su caos emocional. Una película preocupada por la forma y no el contenido resultaría fría, y Bad Timing es una historia de amor/obsesión intensa y emocionante.
Una obra así no podría haber llegado a buen puerto sin unas interpretaciones a la altura. La película debe gran parte de su mérito a la actuación de Theresa Russell, que consigue que un personaje lleno de contradicciones, autodestructivo y frágil, sea real en todo momento. En su debilidad y en su vehemencia, Russell consigue que Milena brille en casi todas las escenas en las que aparece. Art Garfunkel es el contrapunto perfecto, y aunque su limitada capacidad interpretativa se apoya mucho en su físico, consigue que Alex pase de ser lánguido y anodino a amenazante y odioso con gran facilidad, reflejando a la perfección la debilidad psicológica que se esconde tras la fachada de racionalidad y corrección moral.
